La curiosa historia del economista Maynard Keynes y el Cezanne abandonado

Es una de las menos conocidas pero más fascinantes anécdotas de la Primera Guerra Mundial.

Palabras de:
Trevor Dann
para BBC Mundo

Publicado el
3 de Junio de 2019

Pommes de Cezanne

¿Por qué el gobierno británico fue a comprar pinturas en una subasta en París mientras los alemanes bombardeaban la ciudad?

Y, ¿cómo terminó una invaluable obra maestra de Paul Cezanne tirada en un matorral al lado de un sendero que conducía a una granja en Inglaterra?

Maynard Keynes (nunca usaba su otro nombre, John) es más conocido como un gran economista que creía firmemente en la intervención estatal en el mercado. Ayudó a fundar tanto el Banco Mundial como el Fondo Monetario Internacional.

Pero es menos sabido que era un miembro clave del Círculo de Bloomsbury (el grupo de intelectuales británicos de principios del siglo XX que empezó reuniéndose en la casa de Virginia Woolf), un ávido colector de arte y fundador del Consejo de Arte británico.

Una extraña mezcla de eventos en 1918 le permitió a Keynes, entonces un humilde asesor del Tesoro, combinar sus dos grandes pasiones: dinero y arte.

Su amigo de Bloomsbury, el crítico de arte Roger Fry, le contó que iba a haber una venta de obras de Impresionistas de la colección del artista Edgar Degas, que había muerto recientemente.

Fry opinaba que pintores como Cezanne, Édouard Manet y Paul Gauguin eran genios aún no reconocidos por los británicos. Pensaba que sus obras debían estar colgadas en la National Gallery y que una subasta en tiempos de guerra les permitiría comprarlas por precios bajos.

Keynes concordó y justificó la idea diciendo que, dado que Estados Unidos le había prestado cantidades considerables de dinero para la guerra al gobierno británico, el cual a su vez se lo había pasado a los franceses, que nunca iban a poder pagar, si compraban unas pinturas, estas se apreciarían y algo sería recuperado. Una idea muy… keynesiana.

Sin bigote y con acento francés

Fue así como, mientras la guerra seguía rugiendo en las trincheras de Flanders y el norte de Francia, Keynes y el director de la National Gallery, Sir Charles Holmes, se embarcaron con destino a Boloña y tomaron un tren a París con US$35.000 en billetes franceses en sus bolsillos.

Conscientes de la reticencia de los franceses a venderle a un postor británico, Holmes se afeitó el bigote y adoptó un falso acento francés.

Al empezar la subasta, París fue sacudida por el estruendo de los proyectiles disparados por un supercañón alemán a 130 kms. de distancia. Algunos postores huyeron, los precios se desplomaron y Holmes y Keynes lograron hacerse con unas verdaderas gangas.

La masiva «Ejecución de Maximiliano» de Manet, cortada en el siglo XIX y ahora parcialmente ensamblada, es una pintura muy impresionante y una de las más populares de la galería. Aunque no menos extraordinarias son un retrato de Louis Auguste Schwiter, de Eugene Delacroix, una campiña romana de Jean-Baptiste Camille Corot, la pequeña pintura «Edipo y la Esfinge» de Jean Auguste Dominique Ingres y el «Jarrón con flores» de Paul Gauguin.

Pero el entusiasmo de Holmes por el arte moderno no se extendía hasta llegar a Cezanne. Se negó a comprar el bello «Pommes», un exquisito óleo de siete manzanas. A Keynes le horrorizó tanto esa decisión que la compró por US$700.

La ejecución de Maximiliano de Manet
Un Cezanne en el camino

Al final de la subasta, a los intrépidos coleccionistas de arte se les unió el diplomático Austen Chamberlain, quien ofreció llevar a Keynes hasta la aldea de Charleston, en Sussex, sur de Inglaterra, donde la hermana de la escritora Virginia Woolf, la artista Vanessa Bell, compartía una granja con Clive Bell y el amante de Keynes, el pintor y diseñador Duncan Grant.

Pero el camino desde la carretera principal estaba demasiado embarrado para «el auto gubernamental» de Chamberlain y Keynes no podía cargar todo su equipaje.

Es por ello que dejó el Cezanne bajo un matorral y caminó un kilómetro hasta la casa donde estaban sus amigos del Círculo de Bloomsbury.

Hablando con la BBC en 1969, Duncan Grant completó la historia: «Al llegar dijo: ‘si bajas por este camino, hay un Cezanne a la entrada'».

Vanessa Bell escribió que «todo fue muy emocionante» pero regañó a Keynes por no haberse gastado todo el presupuesto que tenía, pues volvió con US$8.500.

Keynes colgó su Cezanne sobre la cabecera de su cama.

Cuando murió, en 1946, se lo dejó al King’s College, en Cambridge, donde toda la vida tuvo habitaciones.

Hoy en día está en el Museo Fitzwilliam de Cambridge donde todo el mundo lo puede disfrutar.